sábado, 4 de junio de 2011

Cronica de un Labitolosano Secundario: La merecida e inolvidable fiesta





Hola a todos. Mientras volvía el viernes pasado de Illueca, de donde salí a las ocho de la tarde, con destino a Letux para desconectar un poco durante el fin de semena, iba con un tono nostálgico y con pena por haberme ido de Illueca, pues me lo estaba pasando muy bien disfrutando de la fiesta fin de curso que tuvieron los alumnos de segundo de bachillerato, un merecido paréntesis antes de preparar selectividad o la recuperación de las asignaturas que han quedado pendientes. La verdad que la velada fue muy interesante y, para mi, divertida. Lo primero de todo fue el acto institucional, en donde tras la lectura de un discurso, que este año corrió a cargo de la profesora de Filosofía, se procedió a la entrega de notas llamando a los chicos con un visionado de sus fotografías en 2005, año de entrada, y su aspecto actual en 2011, año de salida. Una vez visto la evolución y el gran cambio que han dado en seis años de instituto, los alumnos nos brindaron a los profes con un gracioso montaje en el que, bajo una foto de preso que previamente se nos tomó por ellos, se nos recordaban de manera jocosa nuestras frases estrella durante el curso y en el que también se nos reconocía la labor hecha con ellos. En mi caso, pues tengo que apechugar con la fama de bruto y vasto que, reconociéndolo bien, me he ganado a pulso y con todo merecimiento. El segundo acto consistió en un aperitivo en la cafetería del instituto. Finalmente, el tercer acto se desarrolló en uno de los restaurantes de Illueca, que se materializó en una comida de alumnos y profes de segundo de bachillerato. Acabada la comida, y con la marcha de la mayor parte de los profesores, la marcha y la fiesta continuó en los bares de Illueca siguiendo el ritmo clásico de la fiesta illuecana según nos contaron nuestros chicos: Ático, segundo bar y tercer bar, cuyos nombres no me acuerdo. Los escasos profes que nos quedamos, entre los que me encontraba, llegamos al segundo, punto en el que a las ocho de la tarde las profes de lengua española y el que escribe, les dejamos que continuaran con su día, pues ellos debían ser los protagonistas. Mientras estuvimos con ellos en los bares, tuvimos la oportunidad de pasar un buen rato con los chicos tomando unas cervezas, jugando al guiñote y al futbolín.

Volviendo a mi trayecto en el coche, y con la pena de no haberme quedado a cenar con ellos en la Mayte, iba pensando en la memoria y en lo que permite sobrevivir al tiempo. Una de las conclusiones que más claras me han quedado en los más de diez años que llevo practicando la arqueología, como hice también cuando escribía sobre mis compañeros de colegio en febrero de 2010, es que el tiempo no sólo lo cura todo, sino que también esa cura se realiza mediante el olvido. Aplicado a las ciudades o a las poblaciones rurales, podemos ver como el tiempo ha arrojado y cubierto de tierra por completo lo que antes eran bulliciosas ciudades o pueblos, cuyo recuerdo en la gente se ha diluido tras más de mil años. Bajo estas cosas, recordé que apenas tengo recuerdos de mi fin de bachillerato porque no hicimos nada para conmemorarlo y me costó realmente recordar lo que hice. Tras un gran esfuerzo, rescaté de mi cerebro que, en una tórrida tarde de mayo, muchos de mis compañeros y yo hicimos una larga espera en las escasas sombras que nos dejaba el antiguo edificio, antes ayuntamiento de la ciudad, en el que estaba ubicada la sede del Instituto Luis Buñuel. Después de esperar más de cuatro horas, pudimos saber nuestras notas y la gran subida que experimentaron algunos compañeros para tener todo sobresalientes, con casos incluso de 6 a 9. No tengo más recuerdo de mi fin de bachillerato que éste.

¿Por lo tanto, la pregunta que me hago es, qué nos hace pervivir en el tiempo? La respuesta es clara, la memoria y el recuerdo mediante las fotos, los vídeos y las imágenes grabadas en nuestro cerebro. Afortunadamente, mis alumnos podrán recordar su fin de bachillerato de una manera agradable, y uno de sus profesores también, que ha aprovechado para disfrutar de una fiesta que nunca tuvo. Muchos de los chicos me dijeron que en algunos momentos estuve muy callado, pero entre otras cosas estaba observando desde la distancia cómo ellos se lo pasaban bien luciendo sus bandas de conmemoración de promoción y la de elección de persona más sexy. Disfruté también en la comida, donde los chicos nos escuchaban con total atención nuestras batallitas y también nos contaban las suyas. Por último, también como se divertían continuando su rutina de todos los fines de semana, pero sin ser rutina, ya que todos ellos se pusieron guapos, muy guapos. Además, también nos preguntaban si nos íbamos a quedar, lo cual me enorgullecía mucho que quisieran compartir su fiesta con nosotros, las personas que aparte de enseñarles también les hemos juzgado su nivel de conocimientos. También me gustó mucho el buen ambiente que he visto entre ellos y cómo todos felicitaban a los alumnos que habían conseguido matrícula de honor según las condiciones que exige la legislación. Enlazando con esto, lo que más me ha gustado de todos ellos es lo francos, sinceros y buena gente que en general me han parecido. Por todo esto, yo estoy muy contento que con el paso del tiempo siempre podrán recordar con cariño el fin de una etapa tras seis años en el instituto de Illueca y el inicio de otra que marcará parte de su destino de manera definitiva para buena parte de sus vidas. Desde luego que si la mayoría de mis mejores alumnos en la universidad han procedido del mundo rural, ahora entiendo por qué, pues por lo visto en este año y este viernes, estudiar fuera de tu casa te ayuda a madurar y a ser fuerte y tener buenos valores como el compañerismo y la solidaridad, lo que para el futuro más inmediato les ayudará mucho. En general, puedo decir que volvía contento porque mis alumnos han tenido una merecida fiesta para conmemorar muchos años de convivencia, de momentos buenos y malos, de momentos felices y tristes y también para aprender, como lo hice yo hace sólo tres, que siempre hay que estar feliz, aunque tu cuerpo no te lo pida en ese momento.

Quizás todo este rollo no me está quedando como en la cena del cole, en donde mis palabras tuvieron éxito, pero al menos me sirven para expresar, como voy a hacer ahora, parte de mis experiencias en Illueca, adelantando así parte del balance que haré seguramente por agosto de mi año de estancia en la capital aragonesa del zapato junto con Brea y el resto de la comarca. Desde luego que volvía triste y con ganas de haberme quedado, pero también feliz, muy feliz, porque he pasado un año muy bueno pese a haber tenido momentos malos y sobre todo porque gracias a esta fiesta en la que tanto disfruté, nunca olvidaré, si las enfermedades de la memoria me respetan, a mis primeros alumnos de bachillerato a quienes siempre les quedará un rincón de mi cerebro para recordarles en este día de fiesta, junto con otros momentos de mi vida, en los que necesite recuperar la felicidad y el ánimo cuando pase momentos bajos de moral. Y desde luego que, como Illueca y todos los pueblos cuyos hijos vienen al instituto, siempre permanecerán en mi corazón y les intentaré ayudar en lo que pueda si me lo pidieran, pues al fin y al cabo me han hecho pasar divertidos y grandes momentos como la designación de persona sexy de la semana o con el regalo de cantarme cumpleaños feliz por mi 32º aniversario.

Bueno, espero que alguien haya llegado a este punto y no se haya dormido por el camino con tanta parrafada. Gracias a quien haya llegado hasta aquí y haya podido conocer a parte de mis alumnos en varios momentos de la tarde, como jugando al guiñote o al futbolín.

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